Desde entonces la gente cambió, ya no era feliz, nació el miedo, nació la ira, la codicia, pero también apareció la compasión, el amor y la creatividad y muchas otras cosas que nos hacían vulnerables a la soledad y a la búsqueda inalcanzable de ese paraíso perdido que ahora llamamos satisfacción.
Los ríos y los bosques tiemblan al oír nuestros pasos raros marchar sobre sus hojas muertas. Saben que el hombre es un animal que no debió de haber salido de su jaula, que absorbe, desecha y que actúa de maneras misteriosas, que deja cicatrices de donde brotan las lagrimas de un llanto que jamas escucharemos. Dador de vida, inspirador de temor y amor, perdidos en un laberinto hecho de sombras y heridas que rasgan nuestros ojos hasta que nos cegamos por completo y lloramos sangre sobre las cosas que en realidad no vemos.
Estamos ciegos, estamos perdidos, y tenemos mucho miedo.