Sembrar la tierra, beber los mares,
conquistar los corazones.
El deseo genera estas mociones, las
reencarna en sangre y piel, volviéndonos sensibles a nuestra propia necesidad
de creer, creer en vivir, creer en sanar,
creer que podemos lograrlo todo, creer que la noche no arrastrará tus
ojos al sueño y que las estrellas brillarán en el día en tus dientes.
El deseo se mueve entre nosotros,
camina por entre las butacas cuando rezamos y nos hiere cuando la luz blanca se
evapora dentro de tu alma inocente de piedra y yo evito su mirada.
Sentir la dicha de soñar con una felicidad
sin deseo enfría mis pupilas y desata carcajadas falsas que resuenan en ecos de
llanto en las catedrales de mi imaginación.
Desear que quiero un deseo nuevo que se
alinee contigo y ver florecer algo nuevo es tan poco como desearle a las olas
que no se azoten contra las rocas.