Roma es una película sobre la caída de un imperio y la terrible destrucción que la búsqueda del amor y sentido a nuestras vidas deja a su paso. Es sobre el miedo a la soledad y a perder la esperanza de que las cosas pueden ser mejores en un México inocente y apunto de sufrir heridas que todavía cargamos.
Roma es una
ventana al pasado de Alfonso Cuarón, un recuerdo a través de los ojos de Cleo,
la empleada doméstica de una familia de clase media alta que viven en una de las
colonias más ricas en historia en la capital. Cleo, como muchos de nosotros,
busca amar y ser amada, busca crecer y definir una identidad que se transfigura
a la par de la familia a la que trabaja.
Es una elegía a todas
las mujeres que recorren un sendero solitario e incierto en busca de su propia
identidad:
“Estamos solas”, dice Sofía, la señora de la casa a Cleo una noche
cuando regresa en el auto de su exesposo semi-destruido.
Somos Cleo en el cine,
esperando al hombre que jamás volverá, somos Cleo en medio del caos y la sangre
en las calles la misma noche en que el ejército masacró a sus estudiantes,
somos Cleo en el gélido silencio del quirófano cuando se despide de su bebé, y
del futuro que jamás se hará realidad, y estamos con ella cuando apaga las
luces de la casa al final de un largo día.
El país, al igual
que Cleo, sufre una transformación a causa de una traición, el mismo tipo de
traición que afecta a toda la familia.
En una escena presenciamos
con Cleo el entrenamiento del grupo paramilitar ‘Los Halcones’, del cual
pertenece el padre de su futura hija, el mismo grupo que más adelante siembra muerte
y destrucción en las calles. En esa escena conocemos al ‘Profesor Zovek’, el superhéroe
de la televisión e icono de disciplina y justicia entre los jóvenes, entrenando
a este grupo (interpretado por el infame ‘Latin Lover’) y somos testigos de la
traición de nuestros ídolos, la de los padres que matan a sus hijos, de las familias
que se resquebrajan y, al igual que México, nos dejan cicatrices que nos
transforman para siempre.
La película nos
obliga a recordar nuestro propio pasado, a mirar los momentos que pocas veces enfrentamos,
pero forman parte irremplazable de nosotros. Las postales de un México
descubierto y plasmado en una pantalla y que nos recuerdan a un sueño, a un
dulce recuerdo que puede volverse también una pesadilla.
Constantemente vemos
elementos, gestos, sonidos, que nos evocan a otras narrativas, una calcomanía
del PRI en un poste, un poster en la pared, cosas que nos hacen perder el hilo
y nos adentran a un pasado semi-enterrado, que revelan un aspecto de nosotros,
de nuestra cultura.
La cinta es
también una celebración a la vida, a las personas que forman parte de nuestro
círculo y a las mujeres que nos moldearon a lo largo del camino, que cruzan las
calles sin voltear, que aman con todo su corazón y que presencian, desde el
balcón, las llamas de la vida.
Una canción en
medio del bosque o el reflejo de un avión en el agua nos recuerdan que nada es
para siempre, mucho menos el dolor, y que la paz se oculta frente a nosotros,
en nuestro interior, extendido en el infinito blanco del cielo, en una pantalla
de cine.
‘Roma’ es una
carta de amor al pasado, un breve recordatorio de nuestras raíces y los recuerdos
que contribuyen a formarnos. El pasado es un espejo que, al igual que el cine,
alimenta el recuerdo de emociones que nos hacen sentir vivos. Como Cleo, nos
enfrentamos a olas fuertes que nos separan de los demás y que, si logramos
superar, podremos sentir, al menos por un instante, un amor tan extenso y libre
como el cielo.