Partiendo una mandarina en gajos desde el fondo de mi corazón, las puertas de mi mente se abren para abrirle paso a todo tipo de sensaciones y colores que no distinguía en mi juventud. Las sombras que bañaban mis parpados toman un color rosado y arrasan con la esperanza de una mañana gris.
Tengo miedo a la incoherencia, a la obviedad y a la ingratitud. Tengo miedo de voltear hacía atrás y ver una nube oscura que se expanda sobre mi cabeza como un paraguas en un día soleado, a la vez que personas corren y ríen en un océano de incoherencias y helados de frambuesa.
Me lanzó a una cama y aterrizó en tu ventana. Trato de entrar pero la luz de tu baño me ilumina, me manda lejos, me hipnotiza. Sueño que sueñas en un mundo ideal, donde risas y apatía ocupan mi lugar, y donde las cosas están en orden, en equilibrio, donde existe la madurez, las buenas decisiones y los errores son ayer. Salgo escupido de tu sueño a mi sueño, bañado en babas y lamentos, luego sueño que despierto y estoy en mi cama, abrazando una almohada que está harta de mi mirada.
Deseo entonces escapar, morir y revivir en otro lugar; convertir el agua en vino y las noches en tardes escarchadas. Coleccionar palabras que manifiesten lo que siento, colgarlas todas en mi ventana.
Intento capturar todo en pocas palabras, intento dominar la cascada de agua morada que sale de mi oído y se mete al drenaje cada mañana, intento tantas cosas pero al final solo puedo dormitar, cerrar los ojos, y esperar soñar que estoy en otro lugar. Contigo.
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